Guía de Discernimiento: Navegando el Día de Muertos en el Entorno Escolar

1. Introducción: Un Dilema Anual entre Cultura y Convicción

Cada año, al aproximarse el Día de Muertos, muchas familias cristianas se enfrentan a un conflicto recurrente en el entorno escolar. Las aulas se llenan de colores, altares y actividades que, si bien son presentadas como parte del folclore nacional, plantean serias interrogantes de fe. Esta guía tiene como objetivo proporcionar claridad y herramientas para el discernimiento, basándose en un análisis que busca equilibrar el respeto por las expresiones culturales con la fidelidad a las convicciones bíblicas.

Las justificaciones para la participación de los niños suelen ser directas y aparentemente lógicas: “es parte de la actividad escolar”, “los niños se divierten” o la más común, “es cultura, no es nada malo”. Estas frases, aunque bienintencionadas, son el punto de partida para una reflexión más profunda y crítica que nos permita tomar decisiones informadas. Para ello, es necesario comenzar por desmitificar la primera gran barrera: la supuesta obligatoriedad de estas actividades.

2. El Mito de la Obligación: Analizando la Participación Escolar

Es fundamental comprender el marco normativo que rige las actividades académicas y diferenciar entre una costumbre social y una directriz curricular. La presión del entorno a menudo se percibe erróneamente como un requisito institucional, llevando a muchas familias a participar sin cuestionar. Sin embargo, la realidad es que la participación en estas celebraciones no es obligatoria. Organismos como el Instituto Estatal de Educación Pública de Oaxaca (IEEPO), y otros similares en diversos estados, han aclarado que la conmemoración no forma parte del calendario escolar oficial ni de los contenidos académicos obligatorios.

La insistencia de muchas escuelas se basa más en una “costumbre social profundamente arraigada” que en una defensa cultural genuina. La costumbre, cuando se convierte en regla no escrita, termina anulando la libertad y uniformando las conciencias. Desde una perspectiva de fe, la decisión de participar va más allá del cumplimiento de una norma social. El apóstol Pablo nos ofrece un principio rector:

“Todo me es lícito, mas no todo conviene; todo me es lícito, mas no todo edifica.” (1 Corintios 10:23)

Esta escritura nos invita a cuestionar si una acción, aunque permitida o socialmente aceptada, realmente edifica nuestra vida espiritual y la de nuestros hijos, o si simplemente nos adapta a un molde social. La presión de grupo se ve reforzada por otro argumento poderoso: el atractivo de la “diversión”.

3. Más Allá de la Diversión: El Impacto de la Presión Social

No se puede negar el atractivo visual y lúdico de estas celebraciones para los niños. Son coloridas, alegres y fomentan la convivencia. Sin embargo, es estratégico como padres y educadores discernir entre una alegría genuina y la simple conformidad impulsada por el grupo. La realidad es que la participación de la mayoría de los niños y jóvenes se debe a la presión social —”todos lo hacen”— más que a una conciencia cultural o histórica profunda.

Este fenómeno de seguir a la multitud sin reflexión es uno de los mayores riesgos espirituales de nuestro tiempo. La cultura actual tiende a normalizar lo que es popular, y lo popular termina siendo aceptado sin discernimiento. Jesús mismo advirtió sobre el peligro de seguir el camino más transitado:

“Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella.” (Mateo 7:13)

En este contexto, la “diversión” puede actuar como un adoctrinamiento emocional, un vehículo a través del cual se asimilan símbolos, prácticas y significados sin un entendimiento real de lo que representan. Muchos niños cristianos, aunque no crean en las premisas de la tradición, terminan participando para evitar la exclusión social. No lo hacen por convicción, sino por un deseo de aceptación. Esto debería hacernos reflexionar sobre qué tipo de educación espiritual estamos brindando, y si estamos ayudando a nuestros hijos a ser firmes en su fe o a adaptarse a cualquier corriente de pensamiento. Esto nos obliga a preguntarnos si la justificación de que “es solo cultura” es verdaderamente precisa.

4. Deconstruyendo el Argumento Cultural: Las Raíces Religiosas de la Tradición

La frase más común para justificar la participación es: “No es religión, es cultura”. Si bien es una expresión cultural, esta afirmación es incompleta, ya que sus raíces son innegablemente religiosas y espirituales. El corazón de la celebración no reside en el papel picado o las calaveritas de azúcar, sino en la creencia fundamental de que las almas de los difuntos regresan para convivir con los vivos. Los altares, las ofrendas y las oraciones dirigidas a los muertos son la manifestación de esta cosmovisión.

Esta idea tiene su origen en las creencias prehispánicas, donde la muerte era vista como una continuación de la vida. La enseñanza bíblica, sin embargo, presenta una perspectiva radicalmente diferente y definitiva sobre el estado de los muertos:

“Y de la manera que está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio.” (Hebreos 9:27)

La Escritura refuerza esta idea al afirmar la total separación entre el mundo de los vivos y el de los muertos:

“Los muertos nada saben… ni tienen ya más parte en todo lo que se hace debajo del sol.” (Eclesiastés 9:5–6)

La Biblia es clara: no hay retorno ni comunicación posible. Incluso la Iglesia católica —aunque muchos piensen lo contrario— no enseña que los muertos regresen, sino que las almas están en la presencia de Dios o en espera del juicio. Por lo tanto, toda práctica que represente o exalte esa idea pertenece a una cultura religiosa distinta a la fe cristiana. La tradición mexicana ha fusionado símbolos indígenas con expresiones cristianas, creando lo que se conoce como sincretismo religioso: una fusión de creencias que en apariencia es cultural, pero en esencia sigue siendo espiritual. Ante esta realidad, el creyente está llamado a discernir estas prácticas a la luz de su fe.

5. Fe y Discernimiento: Una Respuesta Cristiana a la Cultura

Ser cristiano no implica un rechazo a la cultura en su totalidad, sino un llamado a analizarla a través de la perspectiva de la fe. Es crucial diferenciar entre expresiones culturales neutrales, como la gastronomía, el arte o la música, y aquellas que tocan creencias espirituales fundamentales sobre la vida, la muerte y la eternidad. Cuando una práctica cultural entra en este terreno, ya no hablamos de simple folclore, sino de una cosmovisión religiosa.

El profeta Jeremías transmitió una advertencia divina que sigue siendo relevante hoy:

“Así dijo Jehová: No aprendáis el camino de las naciones…” (Jeremías 10:2)

Este no es un llamado al aislamiento, sino a la precaución espiritual. Es una invitación a no adoptar sin reflexión las costumbres de nuestro entorno que distorsionan la verdad bíblica. No basta con decir “yo no creo en eso”, si al mismo tiempo participamos activamente en lo que simboliza esa creencia. El apóstol Pablo ofrece otro principio rector para nuestra interacción con el mundo:

“No os unáis en yugo desigual con los incrédulos; porque ¿qué compañerismo tiene la justicia con la injusticia? ¿Y qué comunión la luz con las tinieblas?” (2 Corintios 6:14)

La aplicación de este principio implica mantener una conciencia de fe clara que no se diluya en las prácticas culturales. Se trata de enseñar a nuestros hijos a “decir no con sabiduría”, explicando las razones con amor y firmeza. Esta responsabilidad educativa es clave para formar creyentes íntegros.

6. Conclusión: Formar para la Verdad y la Libertad

El Día de Muertos es una de las expresiones más bellas y complejas de la cultura mexicana, pero también una de las más espiritualmente confusas. El propósito de esta guía no es juzgar a quienes participan, sino proveer entendimiento y herramientas para la formación de “conciencias libres, no conformistas; creyentes discernientes, no imitadores del mundo”.

Como padres, educadores y creyentes, nuestra responsabilidad principal es formar creyentes que piensen con fe. No todo lo que la cultura celebra es inofensivo, y no todo lo que se etiqueta como “cultural” deja de ser espiritual. La verdadera educación —y especialmente la cristiana— no consiste en enseñar a repetir costumbres, sino en enseñar a pensar con fe. El objetivo final de esta formación se resume en las palabras de Jesús, que conectan el conocimiento de la verdad con la auténtica libertad.

“Y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres.” (Juan 8:32)

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